Febrero en la Sierra: Caminos de escarcha, brasero y buena mesa

Febrero en la Sierra: Caminos de escarcha, brasero y buena mesa

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El invierno en la Sierra Segura tiene su propio ritmo, su propia música. No es el estruendo de la primavera ni la letargia del verano. Es el crujir de la escarcha bajo los pies al alba, el murmullo del brasero en la casa y el silbido del viento que baja desde las cumbres nevadas del Picón del Galayo, perdiéndose entre los almendros en flor. Este febrero, en nuestras vacaciones, hemos vuelto a caminar por la aldea de Arroyo Venancia y los alrededores de El Cerezo, sintiendo el latir antiguo de estas tierras, con nuestros perros trotando felices entre piazos y veredas.

Las mañanas comienzan frescas, con el sol perezoso abriéndose paso entre los montes. En el patio de Casa Alkaras, la escarcha dibuja arabescos efímeros sobre la piedra y los barrotes de hierro. Apenas ha nevado, lo justo para recordarnos que la sierra aún guarda su manto invernal, aunque la primavera ya asoma en los almendros, que estallan en una bruma rosada contra el cielo limpio.

Caminamos sin prisa. La sierra en invierno es para los que saben mirar, para los que entienden que aquí el tiempo se mide de otra manera. A veces, el sonido de una rama que se parte nos devuelve a la realidad, otras, el ladrido lejano de un perro en alguna cortijada oculta. La vida sigue aquí, en su latido más puro.

Y entre paseo y paseo, llega la hora de reponer fuerzas. Algunos días, nos quedamos en casa, preparando unas buenas migas junto al fuego, con el crepitar de la leña como banda sonora. Pero otros, salimos en busca de esa otra tradición serrana: hacer la « liga ». En la aldea, esto significa acercarse al bar La Sara, donde la tapa llega con cada bebida y la conversación se alarga sin relojes. Allí, entre el ir y venir de vecinos y forasteros, la sierra se cuenta en voz alta, con historias de antaño y de ahora.

Para una comida más reposada, nos dejamos caer por La Fonda del Perchel de Raul, donde la carta cambia con cada estación y cada plato es un homenaje a la cocina serrana, y también, y a la mas internacional. Nos gusta ese respeto por lo autóctono combinándolo con lo mejor del mundo, ese saber hacer que convierte una comida en un ritual de disfrute. Salimos de allí con la sensación de haber fusionado, aunque sea un poco, la esencia de este territorio y lugares remotos.

Las tardes son para la casa, para la lectura en la buhardilla, con el sonido de la madera crujiendo suavemente con cada cambio de temperatura. Para dejarse llevar por la luz dorada que entra por los ventanales, por el aroma del café recién hecho y el peso acogedor de una manta sobre las piernas. La sierra nos invita a bajar el ritmo, a respirar hondo y escuchar su silencio.

Así ha sido nuestra semana de febrero en la sierra. Caminos de escarcha, fuego en el hogar y buenos ratos en la mesa. Un invierno más, un febrero más, en este rincón del mundo donde todo se vive con la intensidad de lo auténtico.